domingo, 6 de marzo de 2011

Todo esto es por mi padre, dijo Jesucristo. Había caminado durante cuarenta días y cuarenta noches por un desierto, hecho que le había relatado a un vagabundo que rondaba el carril solitario al que había llegado, y que tenía la misma apariencia andrajosa que él, sólo que con menos pelo. Tras la relación de esta peripecia se daba la presente conversación.

¿Qué tiene que ver el amor a tu padre con tu sufrimiento?, interpeló el vagabundo Segismundo.

Mucho -replicó el primero-. Yo sufro para aniquilar al hijo de mi padre. Porque él odia al hijo, y yo sólo quiero agradar a mi padre.

Y, ¿Por qué odia a su hijo un padre? -Se hizo un silencio durante el cual, Cristo parecía pensar una respuesta suficiente. Finalmente, declaró, exhausto: Porque le ha robado.

¿Qué hijo roba a su padre? -Los harapos del pobre hombre parecían corroborar las palabras de aquél que jamás había tomado nada que no fuese justamente suyo. Para Jesucristo, sin embargo, el hecho le parecía de lo más natural: Todos los hijos roban a sus padres, dijo encogiéndose de hombros.

Lo entiendo, pero tu padre es un padre ausente, no puedes haberle robado dinero, ni tiempo - Y añadió: ni siquiera una palabra.

Le he robado su esencia, que es lo peor. -La sorpresa en el interlocutor fue mayúscula- El padre tiene miedo a que el hijo le supere, a que el hijo compita con él, a que llegue a su altura, por eso siempre lo trata como a un hijo, no como a un hermano, que es como realmente merecemos ser tratados todos los hombres. Todos los males proceden de ahí. De los celos de los padres.

Pero tu padre es un dios, ¿Cómo puede temer que le superes?

Mi buen amigo, precisamente por eso es que mi padre tiene aún más miedo que el tuyo. -Dijo esto con un extraño gesto fraternal, por el que posaba su mano, como un cura que perdona, en la cabeza del confeso- Si todos los padres le tienen miedo a sus hijos carnales, imagina el miedo que debería tener un dios que fecunda sólo con materia espiritual. Le estoy robando el alma, la fuerza. Por eso me odia.

Pero, ¡fecundarte fué decisión suya! -En esto, Segismundo se levantó teatralmente de la piedra en la que estaba sentado, echando los brazos hacia atrás y adelantando el pecho, como para dar su mejor "do".

¿Des-de-cuan-do-to-dos-los-em-ba-ra-zos-son-pre-me-di-ta-dos? -Silabeó Jesucristo.

¿Quieres decir...que Dios te tuvo por un...desliz? -Temblábale la voz, no sabía cómo expresar aquello. Así que encorvó la espalda y dejó caer los brazos, como un muerto.

No exactamente. Mi padre me tuvo, es cierto. -Introdujo su dedo índice en la boca, humedeciéndolo, y luego lo sacó para posicionarlo en vertical, señalando al cielo, como en un ademán profético- Necesitaba liberar una concentración de energía que le impulsaba a tener progenie, pero no pensó en todas las consecuencias. -El tono había sido monótono, a toda velocidad, como si hubiese calculado ya ese comentario previamente.

¿Y por eso ahora quiere matarte?

No quiere matarme. Pero no quiere volver a verme. -Llora patéticamente- Por eso lucho, para ser digno de su mirada, siendo aquello que él desee -Sonríe amplia, forzada y estúpidamente.

Y, ¿Por qué quieres ser amado por algo que no eres? A mí me dolería esto aún más sabiendo que todo se debe a la figura de mi padre.

No me importa ser amado por mi autenticidad o no. -Se abraza a sí mismo, se curva, coqueto, mimoso, provocativo- Sólo quiero ser amado, es lo que cuenta.

Segismundo pensó evidentemente, con una mano sobre la barbilla, y luego especuló: Si realmente quisieras que los demás te amasen no vagarías sin rumbo, a solas, por los desiertos, ni serías tan polémico como eres a veces. Parece que sólo busques llamar la atención.

Busco llamar la atención de mi padre. -Supo contestar Jesucristo, y esta vez fué él quien se levantó bruscamente de su asiento- Sólo ansío sus respetos, los de los demás, me traen sin cuidado.

No me parece congruente.

No sabes lo que es criarse con una madre como la mía. -La mano fue a descansar en la frente, como suele representarse a las doncellas en apuros- Ella me hizo creer que mi padre me había abandonado, y que por eso yo debía aceptar a su nuevo marido.

Es que tu padre realmente te abandonó. -El pobre vagabundo llevaba días sin llevarse nada a la boca, y había perdido las maneras, cosa que no disgustó al misericordioso Jesús.

Mi padre es omnipresente. No importa que no lo vea, yo sé que el está ahí.

Yo también tengo un padre de esos. -Y lo dijo señalando con su dedo índice un cartel de cartón que le colgaba rudimentariamente del cuello en el que se exponía: "Vagabundo esquizofrénico. Necesito comer algo de verdad, que no lo produzca mi imaginación"- Todos podemos tenerlo si queremos.

Pero mi padre es Dios.

Para mí, el mío, también.

Pero nadie más lo cree. -El rencor entornó los ojos de Cristo.

¿Sólo crees en tu padre porque los demás creen que existe?

Si así lo quieres ver...

Y si, por cualquier razón, no sé, la gente empieza a creer en el cruasán gigante, o en la lechuza que todo lo ve...¿Tú dejarías de existir, porque no puedes existir si tu padre no existe?

Por eso deseo agradarle por todos los medios.

No sé si te entiendo.

Es el único ser que no tiene potestad para decidir que yo no existo, porque es un Dios, y a los dioses nadie los ve, sólo se cree que existen. Mientras él crea que yo existo, existiré, al menos para alguien. Y su existencia depende de que yo crea que él existe.

Hace un momento has dicho que Dios existe porque la gente cree que existe...

Pero eso ellos no lo saben.

¿Y si llegasen a saberlo?

¿Cómo lo harán?

No sé, tal vez decidan que no quieren ser gobernados por un ser que desconocen.

Siempre quedará mi fe.

Pues, entonces, estamos en las mismas condiciones, tú, yo, todos. Todos somos hijos de dios.

Cierto, la biblia lo dice.

Y, entonces, ¿Por qué tú eres especial? Tan sólo eres hijo de un dios, como todo el mundo.

Sí, pero no todo el mundo es hijo de María. Y, por cierto, ese José también es un excelente mánager. -Y así finalizó la conversación, mientras se levantaba y se disponía a abandonar al vagabundo sin siquiera decir adiós, pues debía irse inmediatamente si no quería perder la oportunidad de alejarse de la escena con la inminente puesta de sol. Aunque, eso sí. En el lugar dejó una lágrima de nostalgia, por los buenos momentos que había vivido con su fiel amante, el vagabundo.

sábado, 5 de marzo de 2011

El Silencio

Tejido eréctil. Un tejido hinchado y una secreción. Mi última confesión. El semen huele que apesta. Tengo un olfato muy fino...y olía a pescado podrido cuando me fecundaron. Es una opción. No quería aceptar mi papel desdichado. Pero ahora me siento muy sola. Probamos actitudes, y todas nos parecen inútiles. Las fuerzas son poderosas. Las fuerzas...del horror. Hay que mirar por dónde se va...entre todos los fantasmas y recuerdos. Tanta palabrería...No se debe hablar sobre la soledad. Es una pérdida de tiempo. Quiero escribir.

Ingrid Thulin en Tystnaden, 1963, Ingmar Bergman.