jueves, 19 de marzo de 2009

La historia de Kiora...


¿Por qué? ¿Por qué tienen que ser los hombres tan insensibles?
La pregunta se inflamaba y tomaba diferentes formas, angulosas, ásperas, con espinos, rodaba, rodaba por su cabeza, hundiendo sus cortantes filos en su interior. De cada herida le brotaba una nueva pregunta, que a su vez tomaba formas siniestras y seguían reproduciendo las escalofriantes imágenes que desfilaban en órden y desorden simultáneamente por la consciencia de Kiora, como un horrible virus que pretende dominar todo tu cuerpo, hacerlo suyo para sus desconsiderados fines.
Le he dado lo mejor, le he dado mi vida, mi dignidad, mi cuerpo, mi mente, mis fuerzas, mis emociones, mi confianza, mi perdón. Mi amor. Nunca he amado tanto como he amado ahora, nunca he renunciado a nada porque el mundo está destinado a ser mío, porque yo estoy destinada a ser especial, pero tras darle la espalda al mundo por él, paradójicamente, él me ha rechazado también, y ahora, no puedo volver a pedirle al destino que vierta sobre mí sus amabilidades, y por lo que arriesgué todo ahora veo como se desvanece en un montón de ideas confusas que a su vez me clavan sus agujas de vudú en mis tobillos, inestables ya de por sí. Siempre caigo, pero mis piernas son ágiles y puedo volver a levantarme, incluso a bailar con el viento, soy rápida como una gacela jóven, y la intensidad conduce mis glóbulos rojos por dentro de mis venas. Mis movimientos son el fuego, y mi mente, cuando piensa en la intimidad, sólo para sí misma, con el amor que puede darse a sí misma, suele convertirse en luz chispeante, pero no una luz que chispea porque sí, siempre va en una dirección, como un chorro potente de un arma de fuego de los hombres blancos, los dioses de las almas de las personas, los conocedores de la naturaleza en su estado correcto, los dominadores de los elementos. O al menos eso es lo que ellos creen que son.
Acostumbro a sentir algo parecido en sumo grado a lo que siento por él, con la música, la luz, la vida de la naturaleza y los animales, y conmigo misma. Siento amor por el amor y por las cosas bellas, y ambas cosas son las que me mantienen a día de hoy, tras vivencias amargas como yuca verde, en la primera fila de la trinchera de mis caras. Porque yo no soy una, yo soy muchas, hay un trozo de cada persona que he amado u odiado en mí, de todo lo que he visto que ha provocado que los vellos de mi piel se erizen sobre sí mismos volviendose invisibles bajo la luz del sol, que con un beso ha vuelto mi piel escamas doradas de peces en su río, en su hogar. A veces creo que soy Kiora, la egocentrica, la inteligente, la que se pregunta cosas, la que se excluye del mundo para pensar y terminar deseando que decidan por mí, tras darle tantas vueltas a la cabeza que el agobio me hace ver que la felicidad se encontraba en la enajenación. Y otras soy la verdadera enajenada, que vive en consonancia con la mecanizada cuidad, semáforo en verde cada minuto, autobús cada siete minutos, chorro de la fuente, cinco segundos, descansa, otros cinco segundos...y cuando deja de vibrar con el ritmo absorbente, Kiora, sonríe, despreocupada, huele el ambiente, se humedece la boca y los labios, y piensa con los ojos brillando en él. Otras veces Kiora es de hierro oxidado, hojas caídas y nubarrones grises, y aunque esto le hace sentirse culpable, se siente más culpable aún cuando es de tormenta, huracán y gargantas quebradas que expulsan el eco de la ira. Pero por alguna extraña razón, se siente objeto de deseo de un Satán desconocido y menos diabólico de lo que suele representarse, más humano, necesitado de una mujer arrebatadora y una vida que le aleje de lo que conoce desde los inicios del universo. Se termina sintiendo orgullosa, pero siempre hay alguna gaviota que vuela cerca y le recuerda el significado de la vida: Volar, sola o con más aves, y ser inofensivo, ser feliz y hacer feliz a los demás, dejándo una marca suave en el mundo, pero indeleble. Kiora soy yo, y soy una mujer, aborigen y africana, con un pasado caprichoso y un presente incierto.

Su respiración se fué suavizando, se llevó la mano al pecho y pudo sentir sus palpitaciones. Le recordaron aquello que no quería seguir recordando: A él. Y que estaba viva.
Es el comienzo de una novela improvisada. Me alegra.

No hay comentarios: