Un día soleado de primavera en que Francie tenía deiciséis años, al salir de la oficina a las cinco de la tarde, vio a Anita, una operadora de una máquina de su misma fila, que estaba en la puerta del edificio con dos soldados. Uno, de baja estatura, regordete y sonriente, tenía del brazo a Anita. El otro, alto y delgado, de maneras campesinas, se notaba que estaba incómodo. Anita se separó de los soldados y apartó a Francie del grupo.
_Francie, tienes que ayudarme. Joey está de permiso por última vez antes de salir con su regimiento hacia Europa y es mi prometido.
_Si ya estáis prometidos me parece que no andas tan mal, y que tampoco necesitas mucha ayuda, que digamos_dijo Francie con tono jocoso.
_Quiero decir, ayúdame con el otro. Joey tuvo que traerle. Al parecer son amigos, y donde va uno, va el otro. Ese muchacho es de un pueblucho de Pensilvania y no conoce un alma en Nueva York, y sé que se nos va a colgar toda la noche y que no conseguiré estar a solas con Joey. Tienes que ayudarme, Francie. Ya me han dicho que no tres chicas.
Francie examinó al muchacho que esperaba a unos tres metros de distancia. No parecía gran cosa. No era de extrañar que las otras tres hubiesen rehusado ayudar a Anita. En aquel momento los ojos del muchacho se encontraron con los de Francie, y él sonrió, fue una sonrisa tímida, evasiva, no era guapo, era mas bien agradable. Esa tímida sonrisa la decidió.
_Mira_le dijo a Anita_, si consigo hablar con mi hermano en su trabajo, le enviaré un recado a mi madre. Si ya se ha ido, tendré que regresar a casa, porque mamá se inquietaría mucho si no llegara a la hora de cenar.
_Date prisa entonces. Llámale por teléfono_apremió Anita_.Toma_dijo escarbando en su cartera_, aquí tienes una moneda.
Francie habló desde una cigarrería de la esquina. Sucedió que Neeley aún estaba en el bar de McGarrity. Le dio el mensaje. Cuando regresó se encontró con que Anita y su Joey habían desaparecido. El soldado de la tímida sonrisa estaba solo.
_¿Dónde está Anita?_preguntó ella.
_Presiento que la ha abandonado. Se fue con Joey.
Francie se angustió. Había confiado en que sería un paseo por partida doble. ¿Qué diablos iba a hacer con aquel extraño?
_Yo no los critico por desear estar solos_dijo él_. Yo también estoy comprometido y sé lo que es. La última licencia, la niña de sus sueños...
'Comprometido, ¿eh?_pensó Francie_. Por lo menos no trata de venirme con falsos amoríos.'
_Pero ésa no es razón para que usted cargue conmigo_continuó él_. Si me quiere indicar dónde debo tomar el metro para llegar a la calle Treinta y cuatro (desconozco la ciudad), regresaré al hotel. Siempre puede uno dedicarse a escribir cartas, si no hay otra cosa que hacer.
Volvió a sonreír con aquella sonrisa suya, solitaria y tímida.
_Ya he avisado a mi familia de que no voy a casa. Así que si usted desea...
_¿Deseo? ¡Caramba! Éste es mi día de suerte. Gracias, muchas gracias, señorita...
_Nolan, Frances Nolan.
_Me llamo Lee Rhynor. Mi verdadero nombre es Leo, pero todos me llaman Lee. Encantado de conocerla, señorita Nolan.
Y le tendió la mano.
_El placer es mío, cabo Rhynor.
Se dieron un apretón de manos.
_Así que se ha fijado en mi galón. _Sonrió feliz_. Supongo que tendrá apetito después de trabajar todo el día. ¿Tiene preferencia por algún lugar para cenar?
_No. Ningún lugar especial. ¿Y usted?
_Me gustaría probar un plato del que me han hablado mucho, el chop suey.
_Hay un buen sitio cerca de la calle Cuarenta y dos, y con música.
_Vamos allí.
Camino del metro él le preguntó:
_Señorita Nolan, ¿Le molestaría que la llamase Frances?
_No, aunque todo el mundo me llama Francie.
_Francie_repitió él_. Otra cosa, Francie: ¿Sería un inconveniente si yo simulara que usted es mi prometida, sólo por esta noche?
'¡Zas!_pensó Francie_. Éste va deprisa.'
Él se le adelantó con el mismo pensamiento:
_Seguramente pensará que voy deprisa, pero la verdad es que hace casi un año que no salgo de paseo con una chica, y dentro de pocos días me embarcaré rumbo a Francia, y después no sé qué pasará. Así que, por unas horas, si no le importa, lo consideraría un gran favor.
_No me importa.
_Gracias. Toma mi brazo, querida mía.
En el momento de entrar en el metro, él se detuvo y le dijo:
_Llámame Lee.
_Lee_dijo ella.
_Di: '¿Qué tal, Lee? Me alegro de verte otra vez, querido'.
_¿Qué tal, Lee? Me alegro de verte otra vez..._repitió ella tímidamente.
Él le apretujó el brazo.
El camarero del restaurante Ruby les sirvió dos cuencos de chops suey y colocó entre ellos una ventruda tetera.
_Sírveme el té y así será como en casa_propuso Lee.
_¿Cuánto azúcar?
_Sin azúcar para mí.
_Para mí también.
_¡Oye! Tenemos exactamente los mismos gustos, ¿verdad?_dijo él.
Ambos tenían un apetito feroz y dejaron de conversar para prestar toda su atención a la resbaladiza comida. Cada vez que ella le miraba, él sonreía. Cada vez que él la miraba, ella sonreía felizmente. Cuando el chop suey, el arroz y el té se hubieron terminado, él se recostó contra el respaldo de su silla y sacó un paquete de cigarrillos.
_¿Fumas?
Ella movió negativamente la cabeza.
_Probé una vez y no me entusiasmó.
_Mejor. No me gustan las muchachas que fuman.
Empezó a hablar. Le contó a Francie todo lo que recordaba de sí mismo. Le habló de su niñez en un pueblucho de Pensilvania. (Ella recordaba el nombre del pueblo porque había leído su semanario en la agencia de prensa.) Le explicó cómo eran sus padres y hermanos y hermanas. Habló de su escuela, de las fiestas a las que había asistido, de los empleos que había tenido, dijo que tenía veintidós años, y que se había enrolado en el ejército a los veintiuno. Le contó su vida de cuartel, cómo había ascendido a cabo. Le contó hasta el último detalle. Todo. Todo, excepto sobre la muchacha con quien estaba comprometido, allá en su pueblo.
Y Francie le contó su vida, omitiendo las cosas malas, lo apuesto que había sido su padre, lo sabia que era su madre, qué buen hermano era Neeley y qué preciosa era su hermanita menor. Le contó lo del jarrón de la biblioteca; de la víspera de Año Nuevo que había pasado ella con Neeley en la azotea. No mencionó a Ben Blake, porque éste ni siquiera asomó a sus pensamientos.
Cuando hubo concluído, él dijo:
_Toda la vida me he sentido solo. Me he sentido solo en fiestas concurridas, aun besando a alguna muchacha, y entre cientos de camaradas que me rodeaban en el cuartel. Pero ya no me siento solo.
Y volvió a asomar a sus ojos y a sus labios aquella particularísima sonrisa lenta y tímida.
_A mí me sucedía lo mismo_confesó Francie_, excepto que yo nunca he besado a ningún muchacho. Y ahora, por primera vez, tampoco me siento sola.
El camarero volvió a llenar sus casi llenos vasos de agua. Francie sabía que ésa era una forma indirecta de decirles que se habían quedado demasiado tiempo. Había otros parroquianos que esperaban mesa. Preguntó a Lee la hora. Cerca de las diez. Habían estado charlando casi cuatro horas.
_Debo regresar a casa_dijo, apenada.
_Te acompañaré. ¿Vives cerca del puente de Brooklyn?
_No. Cerca de Williamsburg.
_Hubiese deseado que fuera cerca del puente de Brooklyn. Siempre he pensado que si alguna vez venía a Nueva York me gustaría pasar por él.
_¿Y por qué no?_sugirió Francie_. En el otro lado del puente de Brooklyn puedo coger un tranvía que me llevará por Graham Avenue hasta la esquina de mi casa.
Fueron en el metro hasta el puente, allí bajaron y empezaron a cruzarlo. A mitad de camino se detuvieron para mirar el East River. Estaban bien juntos y él la cogía de la mano. El chico miró el horizonte sobre la costa de Manhattan.
_¡Nueva York! Siempre quise verla y ahora la he visto. Es verdad lo que dicen: es la ciudad más maravillosa del mundo.
_Brooklyn es mejor.
_No hay rascacielos como en Nueva York.
_No Pero tiene algo especial. ¡Oh, no puedo explicarlo! Hay que vivir en Brooklyn para comprenderlo.
_Viviremos en Brooklyn algún día_dijo él pacíficamente.
Y el corazón de Francie se sobresaltó.
Vio que uno de los policías que hacían la ronda del puente iba hacia ellos.
_Mejor que caminemos_dijo un poco inquieta_. Estamos cerca del arsenal de la armada de Brooklyn, y ese barco camuflado que está anclado allí es un transporte. Los policías siempre andan en busca de espías.
Cuando se les acercó el policía, Lee le dijo:
_No queremos hacer volar nada. Sólo estamos mirando el East River.
_Sí, ya lo sé_contestó el policía_. ¿No sabré yo lo que es una hermosa noche de mayo? Yo también fui jóven, y no hace mucho tiempo.
Sonrió amablemente. Lee contestó con otra sonrisa; Francie los miraba a los dos, divertida. El policía observó el galón de cabo de Lee.
_Bueno, hasta la vista, mi general_dijo_, y cuando llegue allí hágales morder el polvo de la derrota.
_Lo haré_prometió Lee.
El policía siguió su camino.
_Buen tipo_comentó Lee.
_Todo el mundo es bueno_contestó Francie, feliz.
Cuando llegaron al otro extremo, le dijo que no tenía que acompañarla hasta su casa. Le explicó que muchísimas veces había regresado a su casa a altas horas cuando trabajaba de noche. Él se equivocaría de camino si trataba de regresar a Nueva York desde el barrio de Francie, pues Brooklyn desorientaba. Había que vivir en Brooklyn para conocerlo bien, añadió.
A decir verdad, no quería que él viese dónde vivía. Amaba aquel barrio y no se avergonzaba de él. Pero creía que un extraño, que no lo conocía tanto como ella, podria considerarlo un barrio sórdido y despreciable.
Primero le indicó el lugar donde debía tomar el elevado para regresar a Nueva York. Luego caminaron hacia donde ella debía esperar su tranvía. Pasaron ante la ventana de un taller de tatuajes. Dentro había un joven marinero con la camisa arremangada. El artista de los tatuajes estaba sentado frente a él, en un banquillo, con la vasija de tintas a su alcance. Estaba dibujando en el brazo del chico un corazón atravesado por una flecha. Francie y Lee se detuvieron para mirar. El marinero los saludó con el otro brazo. Ellos respodieron. El artista los miró y les hizo señas para que entrasen. Francie movió negativamente la cabeza.
A medida que se alejaban, Lee dijo maravillado:
_¡Caramba! Ese muchacho se estaba haciendo tatuar.
_Procura que jamás, jamás, jamás te pille haciéndote tatuar_dijo ella con simulada seriedad.
_No, mamá_contestó él, cohibido, y ambos rieron.
Se detuvieron en la esquina a esperar el tranvía. Se produjo un silencio incómodo. Estaba algo separados y él encendía un cigarrillo tras otro, que tiraba enseguida. Por fin apareció un tranvía a lo lejos.
_Aquí viene mi tranvía_anunció Francie, tendiéndole la mano y mirándole a los ojos.
Él arrojó al suelo el cigarrillo que acababa de encender.
_Francie..._le dijo con tono interrogativo, abriendo los brazos.
Ella se escurrió entre sus brazos y él la besó.
A la mañana siguiente Francie se puso su traje dominguero, un traje sastre azul marino, con blusa de crespón blanco, y sus zapatos acharolados. No había quedado con Lee, no habían hablado de verse otra vez. Pero sabía que él estaría esperándola a las cinco. Neeley se levantó en el momento en que ella iba a salir. Francie le rogó que avisara a su madre de que no iría a cenar.
_¡Por fín Francie tiene novio! ¡Por fín Francie tiene novio!_canturreó Neeley.
Fue hacie Laurie, que estaba sentada en su trona junto a la ventana. Sobre la bandeja de la trona había un plato de avena. La niña estaba ocupadísima sacando la avena del plato con una cuchara y arrojándola al suelo. Neeley le acarició la barbilla.
_¡Eh, tontuela! ¡Por fín Francie tiene novio!
Una tenue arruga apareció bajo la ceja derecha de la niña (característica de los Rommely, según Katie), mientras la pequeña trataba de comprender.
_¿Fran-nii?_preguntó intrigada.
_Escucha, Neeley, yo la he levantado y he preparado su avena. Ahora te toca a tí hacer que se la coma. Y no la llames tontuela.
Al salir del vestíbulo a la calle, oyó que la llamaban. Miró hacia arriba. Neeley, con medio cuerpo fuera de la ventana, cantaba a voz en cuello:
Allí se lanza
como en una danza;
alegremente vestida
con su traje dominguero.
_Neeley, ¡Eres terrible! ¡Terrible!_le gritó.
Él simuló no haberla entendido.
_¿Me dices que es terrible? ¿Que lleva un bigote enorme y es calvo?
_Mejor que vayas a dar de comer a la niña.
_¿Dices que vas a tener una niña, Francie? ¿Que vas a tener una niña?
Un hombre que pasaba en aquel momento le hizo un guiño a Francie. Dos muchachas que venían del brazo prorrumpieron en risotadas.
_¡Imbécil, maldito!_gritó Francie furiosa.
_Has dicho tacos. Se lo contaré a mamá. Le contaré a mamá que dijiste palabrotas._canturreó Neeley.
Francie oyó que se acercaba su tranvía y tuvo que correr para alcanzarlo.
Le estaba esperando cuando ella salió de la oficina. La recibió con aquella sonrisa tan suya.
_Hola, querida_dijo, e hizo que lo cogiera del brazo.
_Hola, Lee. Me alegro de verte otra vez.
_...querido_sopló él.
_Querido_añadió ella.
Cenaron en el Automat, otro sitio que él había querido conocer. Como allí no se permitía fumar, no se quedaron hablando después del postre y el café. Decidieron ir a bailar. Encontraron una sala de baile cerca de Broadway, donde se pagaba diez centavos por canción y cobraban media tarifa a los soldados. Él compró una tira de veinte vales por un dólar y entraron.
Tras sólo media vuelta a la pista Francie descubrió que su compañero, que daba la impresión de ser un poco torpe, era un bailarín suave y experto. Bailaron bien juntos. No había necesidad de hablar.
La orquesta estaba tocando una de las canciones favoritas de Francie: Algún domingo por la mañana.
Algún domingo por la mañana,
cuando el tiempo se engalana.
Francie murmuraba el estribillo a la par que el cantante:
Y de guinga esté vestida,
¡y qué novia yo sería!
Sintió que el brazo de Lee la estrechaba aún más.
Mis amigas me verán
y todas me envidiarán.
Francie era muy feliz. Otra vuelta a la pista y el cantante cantó el estribillo otra vez, con alguna variación en honor de los soldados allí presentes:
Con tu uniforme estarás,
¡qué apuesto novio serás!
Francie rodeó los hombros de Lee con su brazo y apoyó la mejilla sobre la chaqueta. Pensó, lo mismo que Katie diecisiete años atrás, cuando estaba bailando con Johnny, que aceptaría cualquier sacrificio o pobreza por retener a aquel hombre con ella para toda la vida. E igual que Katie, Francie ni siquiera pensó en los hijos que quizá tendrían que ayudar a soportar la pobreza y los sacrificios.
Un grupo de soldados estaba a punto de abandonar la sala.
La orquesta, como de costumbre, se interrumpió y empezó a tocar la canción Hasta vernos nuevamente. Todo el mundo dejó de bailar y entonó la despedida para los solados. Francie y Lee se cogieron de la mano y cantaron, aunque ninguno de los dos conocía muy bien la letra.
...cuando las nubes despejen
yo volveré a tu lado
bajo el cielo azulado...
Algunos exclamaron:
_¡Adiós, solado! ¡Que la suerte te acompañe!
_¡Hasta pronto, soldados!
Los soldados se detuvieron y unieron sus voces a la canción.
Lee guió a Francie hacia la puerta.
_Vámonos ahora, para que el recuerdo de este momento sea perfecto.
Bajaron la escalera lentamente, seguidos por las últimas estrofas de la canción. Llegaron a la calle y aguardaron hasta oír los últimos acordes:
...reza por mí continuamente
hasta vernos nuevamente.
_Me gustaría que fuera nuestra canción_murmuró Lee_, y que te acordaras de mí cada vez que la oigas.
Cuando se alejaban empezó a llover y tuvieron que correr para refugiarse en el portal de una tienda cerrada. Allí se quedaron de pie bajo la protección y la oscuridad del portal, cogidos de la mano, observando la llúvia.
'La gente siempre cree que la felicidad es algo que se pierde en la distancia_pensó Francie_, una cosa complicada y difícil de conseguir. Sin embargo, ¡qué pequeñas son las cosas que contribuyen a ella! Un lugar para refugiarse cuando llueve, una taza de café fuerte cuando una está abatida, un cigarrillo que alegre a los hombres, un libro para leer cuando una se encuentra sola, estar con alguien a quien se ama. Ésas son las cosas que hacen la felicidad.'
_Me voy mañana temprano.
_¿A Francia?_preguntó Francie, arrancada de golpe de la felicidad que la embriagaba.
_No. Voy a casa. Mamá quiere que pase unos días con ella antes de...
_¡Oh!
_Te amo, Francie.
_Pero tú estás comprometido. Eso fué lo primero que me dijiste.
_Comprometido_dijo él con amargura_. Todo el mundo está comprometido. En un pueblo todo el mundo está comprometido, o casado, o anda enredado. No hay otra cosa que hacer allí. Uno va al colegio. Empieza por acompañar a alguna chica hasta su casa, quizá por la sola razón de que vive cerca. Uno crece. Ella le invita a fiestas a su casa. Es invitado a otras fiestas familiares y se le dice que vaya con ella. Hay que acompañarla a casa. Pronto sucede que nadie más la saca a pasear. Todo el mundo cree que es la preferida de uno, y entonces...Bueno, si no la invita a salir de paseo, empieza uno a sentirse un sinvergüenza. Y luego, como no hay otra cosa que hacer, uno termina casándose. Y las cosas andan bien si ella es una muchahca decente (y por lo general lo es) y uno tiene por lo menos algo de decencia. No hay lugar para una gran pasión, sino para un bienestar monótono y pálido. Y después vienen los hijos y se les prodiga el gran amor que falta en la pareja. Y son los hijos los que salen ganando a fín de cuentas. Sí, efectivamente, estoy comprometido. Pero entre ella y yo no hay lo mismo que entre nosotros dos.
_Pero ¿te casarás con ella?
Hizo una larga pausa antes de contestar:
_No.
Ella volvió a ser feliz.
_Dilo, Francie_murmuró él_. Dilo.
_Te amo, Lee_dijo ella.
_Francie..._dijo con tono apremiante_, quizá no vuelva del frente y tengo miedo...mucho miedo. No quisiera morir, sin haber tenido nunca nada...nunca...¿Francie, no podríamos pasar un rato juntos?
_Estamos juntos ahora_respondió inocentemente Francie.
_Quiero decir...en una habitación, a solas...hasta mañana por la mañana...
_Yo, yo...no puedo.
_¿No quieres?
_No es eso...
_Entonces ¿por qué?
_Sólo tengo dieciséis años_confesó ella_, nunca he estado con nadie. No sabría como....
_Eso no tiene importancia.
_Y tampoco me he quedado nunca a dormir fuera. Mi madre se preocuparía.
_Podrías decirle que te has quedado en casa de una amiga.
_Sabe que no tengo amigas.
_Podrias inventar alguna excusa...mañana.
_No necesitaré inventar excusas, le diré la verdad.
_¿Lo harías?_preguntó sorprendido.
_Te amo, no me avergonzaría de haber estado contigo. Me sentiría orgullosa y feliz, no tendría por qué mentir.
'No podía saberlo, no podía saberlo', susurró para sus adentros.
_Tú no querrías que hiciéramos algo despreciable, ¿verdad?
_Francie, olvídalo, no debería habértelo pedido. No podía suponer...
_¿Suponer qué?_preguntó Francie confundida.
Él la abrazó con fuerza. Francie vio que estaba llorando.
_Francie, tengo miedo...tanto miedo...tengo miedo de que si me voy te perderé..., de no volver a verte nunca. Dime que no vaya a casa, y me quedaré. Tenemos el día de mañana y el siguiente. Comeremos juntos y pasearemos, o nos sentaremos en el parque, o subiremos a un ómnibus, y charlaremos. Dime que no me vaya.
_Me parece que debes ir. Creo que es justo que veas a tu madre antes de...No sé. Pero me parece lo mejor.
_Francie, ¿prometes casarte conmigo cuando termine la guerra, si es que vuelvo?
_Cuando vuelvas me casaré contigo.
_¿Es verdad, Francie? Dime ¿es verdad?
_Sí.
_Repítelo.
_Me casaré contigo cuando regreses, Lee.
_Y viviremos en Brooklyn, Francie.
_Viviremos donde tú quieras vivir.
_Entonces viviremos en Brooklyn.
_Sólo si tú quieres.
_¿Y me escribirás a diario? ¿Todos los días?
_Todos los días.
_¿Y me escribirás esta noche cuando llegues a tu casa, diciendome cuánto me amas, para que tu carta me esté esperando cuando yo llegue a casa?_ella se lo prometió_. ¿Me prometes que jamás dejarás que nadie te bese? ¿Que no saldrás de paseo con nadie? ¿Me prometes que me esperarás...no importa cuánto tiempo? ¿Y que si no regreso, jamás desearás casarte con otro?
Ella se lo prometió.
Y él le pidió toda su vida con naturalidad, como si le estuviese pidiendo una cita. Y ella se la prometió con la misma naturalidad con que hubiese extendido la mano para saludar o decir adiós.
Poco después cesó la lluvia y aparecieron las estrellas.
Francie escribió aquella noche, tal como había prometido, un carta extensa en la que vertió todo su amor y repitió las promesas que había hecho.
Por la mañana salió algo más temprano de su casa para tener tiempo de despachar la carta desde la oficina de correos de la calle Treinta y cuatro. La empleada de la ventanilla le aseguró que llegaría a su destino aquella misma tarde. Era miércoles.
Esperaba recibir la respuesta el jueves por la noche, aunque se esforzó en no confiar demasiado en ello. No habría habido tiempo, salvo que él también hubiese escrito inmediatamente al separarse con ella. Pero, como es natural, él tenía que hacer las maletas y levantarse temprano para coger el tren. (A Francie no se le ocurrió pensar que ella se las había ingeniado para encontrar tiempo para escribir.) El jueves por la noche no llegó a ninguna carta.
El viernes tuvo que trabajar dos turnos seguidos_dieciséis horas_debido a la escasez de personal causada por una epidemia de gripe. Cuando llegó a casa, pasadas las dos de la mañana, allí estaba la carta, apoyada contra la azucarera encima de la mesa de la cocina. Ansiosa, rasgó el sobre.
'Estimada señorita Nolan', empezaba.
Ese principio destrozó su dicha. No podía ser de Lee, porque él hubiera escrito:'Querida Francie'. Dio una vuelta a la página y miró la firma: 'Elizabeth Rhynor (señora)'. Ah, sería su madre. O alguna cuñada. Quizás estaba enfermo y no podía escribir. Quizás había alguna disposición del ejército que impedía escribir a los soldados a punto de partir. Habría pedido a alguien que escribiera por él. Claro. Tenía que ser eso. Empezó a leer la carta.
Lee me habló de usted. Quiero agradecerle su agradable amistad durante su estancia en Nueva York. Lee llegó aquí el miércoles por la tarde, pero tuvo que salir la noche siguiente hacia su campamento. Sólo estuvo en casa un día y medio.
Celebramos una boda tranquila, a la que asistieron los familiares y apenas unos cuantos amigos...
Francie dejó de leer. 'He trabajado dieciséis horas seguidas_pensó_ y estoy cansada. He leído miles de mensajes, por eso ahora las palabras carecen de sentido. Además, en la agencia adquirí la mala costumbre de leer todo una columna de un vistazo y sin asimilar más que una sola palabra. Me lavaré la cara pare refrescarme, tomaré café y luego volveré a leer la carta. Esta vez la leeré bien.'
Mientras se calentaba el café, se lavó la cara con agua fría pensando que cuando llegase a aquella parte de la carta que decía 'boda' seguiría leyendo y las próximas palabras dirían que 'Lee ha sido testigo. Me casé con su hermano, ¿sabe?'.
En su cama, Katie oía los movimientos de Francie en la cocina. Tensa, esperaba, inquieta porque no sabía lo que le esperaba. Francie volvió a leer la carta.
...boda tranquila, a la que asistieron los familiares y apenas unos cuantos amigos. Lee me rogó que le escribiese a usted explicándole por qué él no había contestado a su carta. Le reitero mi agradecimiento por haberle atendido con tanta gentileza durante su permanencia en esa ciudad.
Sinceramente suya, Elizabeth Rhynor (señora).
Había una posdata.
He leído la carta que usted envió a Lee. Fue muy mezquino al simular estar enamorado de usted, y yo se lo dije. Me encargó que le pidiese mil perdones. E.R.
Francie temblaba violentamente. Sus dientes castañeaban con golpes breves y secos.
_¡Mamá!_gimió_. ¡Mamá!
Katie la escuchó hasta el final y pensó: 'Ha llegado ya la hora en que no puedo evitar el sufrimiento a mis hijos. Cuando no alcanzaba la comida, yo simulaba no tener hambre para que hubiese más para ellos. En las crudas noches de invierno, me levantaba y ponía mi manta sobre sus camitas para que no tuviesen frío. Estaba dispuesta a matar a cualquiera que tratase de hacerles daño. Y ahora, en un brillante día de sol, salen con toda su inocencia y tropiezan con el dolor que una daría su vida por ahorrarles.'
Francie le pasó la carta. Ella la leyó lentamente y, a medida que la leía, le pareció comprender lo que había sucedido. Él era un hombre de veintidós años que había corrido mucho mundo. Ella era una chiquilla, a pesar del carmín de los labios y el traje de mujer y muchos conocimientos pescados al azar, aún trémulamente inocente, una muchacha que se había enfrentado cara a cara con algunas de las vilezas de este mundo y con la mayoría de las privaciones, y, con todo, había salido curiosamente ilesa. Sí, Katie podía comprender la atracción de Francie por él.
Pero ¿qué podía decir? ¿Que era un sinvergüenza o, en último caso, de carácter débil, susceptible de ser moldeado por la persona que tenía delante? No, sería demasiado cruel decir eso. Y en todo caso Francie no lo creería.
_Vamos, mamá, dime algo_exigió Francie_. ¿Por qué no dices nada?
_¿Y qué puedo decir?
_Dime que soy joven, que se me pasará. ¡Vamos, dilo! ¡Vamos, miénteme!
_Ya sé que eso es lo que se acostumbra a decir: 'Ya saldrás adelante'. Yo lo diría también. Pero sé que no es cierto. ¡Oh! Serás feliz otra vez, no lo dudes. Aunque jamás olvidarás. Cada vez que te enamores será porque el hombre tiene algo que te hace pensar en él.
_Madre...
¡Madre! Katie recordó. Ella siempre había llamado mamá a su propia madre hasta el día en que le anunció que iba a casarse con Johnny. Le había dicho: 'Madre, voy a casarme...'.
Nunca más volvió a llamarla mamá. Se había convertido en mujer el día que dejó de llamar mamá a su madre. Y ahora Francie...
_Madre, me pidió que pasara la noche con él. ¿Habría tenido que aceptar?
Katie miró a su alrededor buscando alguna palabra.
_No me digas mentiras, madre. Dime la verdad.
Katie no encontraba las palabras adecuadas.
_Te prometí que no iría con ningún chico antes de casarme, si es que algún día me caso. Y si en algún momento siento la necesidad de hacerlo, te lo diré. Te lo prometo. Por eso puedes decirme la verdad, sin miedo a que me equivoque, porque así sabré como evitarlo.
_Hay dos verdades_empezó Katie_. Como madre te diré que habría sido terrible si te acostaras con un extraño, un hombre que conocías desde hacía sólo dieciocho horas. Te habrían podido pasar cosas horribles. Tu vida entera habría podido destruirse. Como madre, te digo la verdad. Pero, como mujer...te diré que habría sido maravilloso. Porque sólo una vez se quiere de esa manera.
Francie pensó: 'Entonces...habría tenido que ir con él. Nunca querré tanto a alguien. Quería ir y no fuí. Y ahora no puedo quererle porque le pertenece a ella. Quise hacerlo y no lo hice, y ahora es demasiado tarde.'
Apoyó la cabeza en la mesa y se echó a llorar.
Muy bien, una persona puede llorar durante mucho tiempo, pero todo tiene un final. Luego debe ocuparse de cualquier otra cosa. Eran ya las cinco de la madrugada. No valía la pena acostarse, pues tendría que levantarse otra vez a las siete. De pronto advirtió que tenía mucho apetito. Desde el mediodía anterior no había comida nada, exceptuando un emparedado, apresuradamente, entre los dos turnos. Preparó café, tostadas y un par de huevos revueltos. Le sorprendió lo bien que le sabía todo. Pero mientras comía sus ojos se fijaron en la carta y las lágrimas empezaron a brotar de nuevo. Colocó la carta en el fregadero y le prendió fuego. Después abrió el grifo y siguió con la mirada las cenizas que desaparecían en el desagüe. Luego continuó con su desayuno.
Cuando terminó fue a buscar su caja de papel y sobres y se sentó a escribir una carta. Empezó:
'Mi querido Ben: Me dijiste que si alguna vez te necesitaba te escribiese. Así que ahora te escribo...'
Rasgó la hoja.
_¡No! No quiero necesitar a nadie. Quiero que alguien me necesite a mí...¡Quiero que alguien me necesite!
Volvió a llorar pero esta vez el llanto era menos intenso.
Capítulos LII-LIII de Un árbol crece en Brooklyn (1943), de Betty Smith
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