jueves, 17 de junio de 2010

La humedad de una retina cristalina añoro.

Nuestra cabeza congela para nosotros pedazos de espejismos del pasado, con lo que creemos que procura servirnos de consuelo. Pero, ¿Qué sabrá la cabeza? Sólo se encarga de mimetizar reflejos de luz sobre distintas formas corpóreas, mientras que nosotros seguimos despertándonos a las tres de la madrugada en medio de un llanto suplicante, fruto de la consciencia que hemos tomado en mitad de la nada, de lo irracional, de lo etéreo de nuestro mundo onírico tan precioso. La razón no sabe de echar de menos. Eso son detalles ilógicos, salvajes que han de ignorarse para procurar no volverse loco. Porque para mí echar de menos no es añorar "sanamente". Yo me deprimo, araño las paredes, rasgo también el interior de mi cuello y le pierdo el respeto a la vida, al fuego, al vacío, al salto volátil y veloz a través de la ventana, hasta tocar el suelo, a trece metros...
Es difícil explicar las emociones, más a través de un sistema tan técnico y mental como el lenguaje. También añade dificultad lo repentino de mi arrebato, entre la niebla del sueño, a este vómito de desazón, angustia y miedo. Realmente esta noche me he dado cuenta, sintiendo un frío punzante, de lo adormecido de nuestra sociedad por pura necesidad de supervivencia, de lo jocoso de nuestras costumbres y hábitos, de lo vacío y superficial de todo...y de lo acallado que está nuestro eje humano, vital, que tan difícilmente asoma de vez en cuando, para luego volver a esconderse, asustado de lo que ha creado la mente del humano que le alberga y en un principio le da cobijo. Qué dureza y crueldad tan irrefrenable e incomprensible...la nuestra. Sólo me queda llorar durante mis largas, pesadas, noches de surrealismo y confiarme durante el día a la tierna humedad que de vez en cuando es capaz de mostrarme alguna mirada humana, o algún retazo de la esencia que de ella se desprende en obras de arte sinceras.

Cómo añoro alguna mirada errante, o,
una mirada de iris claro,
que por su intensidad
simula oscura,
envuelta en pestañas
de la misma calidad
y bravura,
que me absorbe lenta y eficazmente

llevándome al infinito, a la plenitud de su mente
aunando así razón y humanidad
como si sólo ella tuviese esa capacidad...
traducida en esa forma de mirar.

¿Cuál es su secreto?
No lo pido para mí,
me conformo con mirarla

así sería feliz...

Lo que sí le ruego es que antes de morir

lo deje escrito para que no deje de existir
la receta del ojo que me hizo ver a...

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