Bailar una fusión de Ballet clásico con Rock y pasos tribales africanos. Dar vueltas y agitar la cabeza hasta que te sientas liberada y poseída por una narcosis abséntica desfacultadora. Saltar hasta desmembrarle el techo de escayola al vecino de abajo, y las figuritas de porcelana decorativas que reposaban sobre el mueble que está justo pegando con la pared que separa al de al lado.
Acabar tirada y revolcándote en el suelo, sintiéndote en comunión con él, como si realmente fuese ese el ecosistema al que perteneces: el de la horizontalidad de lo más rastrero.
Cantar, si te queda aliento, a voz en grito, como Carmen para Bizet, como Mercury en Bohemian Rhapsody, como Aretha Franklin dirigiendo una saturnal del gospel.
Ponerte a escuchar canciones nuevas cuyo origen desconoces, y que de seguro son una horterada privativa, no audible con dignidad si hay alguien en tu casa, como flamenco, copla, rock indie de andar por casa, canciones de los 40 principales de la década de los 90, del Dúo Dinámico, etc, etc.
Hacer fotos de lo más Kitsch, basándote en objetos que no deberían conjugarse entre ellos, o que no merecen, ni merecerán jamás, la atención de una persona en sus cabales.
Comer a deshoras, en cualquier sitio, en el suelo tras o previamente al revolcón, en la cama, en la ducha (si es fruta o algo poco incómodo), con cubiertos o sin ellos, lo que te apetezca, pasta con complementos grasosos, o café con una ensalada, o lo primero que extraigas del mueble, haciendo una mezcla de inmundicias incomestibles, pero luego comértelas orgullosa de tu indiferencia para con tu mal hacer en la cocina (Y por cierto sentarte en la encimera de la cocina mientras preparas ese algo).
Leer La Voluntad de Azorín como si fuese tu guión en tu peregrina agrupación de teatro, creérte el cambio de sexo, tu pluralización dada los cambios de personaje, las ideas fascistas, las anárquicas, las perversas, las fracasadas...hacer que parezca normal usar un vocabulario tan solemne y atildado, lleno de florituras y sonoridades envidiables.
Correr arriba y abajo por el largo pasillo de tu interminable casa salmantina, y al llegar al salón, pegar un brinco en el sofá para cobrar el impulso para ejecutar el giro que te hará volver a dar el mismo paseo.
Y todo, sin ropa. ¿Por qué será que se tiene menos frío desnuda que con ropa semiabrigada?
Dejar los platos sucios en el fregadero sabiendo que no tienes que lavarlos hasta que se te antoje mojarte las manos con agua caliente durante un buen rato, mientras vas diciendo rimas que te inventas sobre la marcha, sobre cualquier estúpido tema, como:
Quiero escribir una elegía a las ollas,
por retarme cada día, a la misma hora.
Las lacras negruzcas de su vejez/piel quemada,
calmando profusas y turgentes llamaradas.
Ahumando fieramente mis buenas intenciones,
silbando su agonía, a saber, tal vez canciones.
Hacemos tocamientos en secreto en la cocina,
los lunes y martes nos reunimos por rutina.
Poco a poco me van enseñando cuál es su placer,
pobrecillas, desconocen que es por mí su haber.
pero, con tanto ahínco que terminas por ponerle música, la vuelves canción, la cambias de idioma y entonces terminas hablando de algo completamente diferente.
Hablar con tus amigos de todo lo más inapropiado y obsceno del mundo, maltirada en el sofá, haciéndote dueña de TODOS los sonidos de la casa, porque vomitas risotadas y utilizas términos filosóficos que no vienen al caso, apoyándose en otros de valor puramente preciosista, ya se sabe, terminar diciendo cosas como:
¡No egiptices mis noúmenos o será la última vez que me permita hablarte de mis refulgentes idiosincrasias!
Decir palabras amalgamadas sin sentido concreto, sólo con uno connotativo dado por la extraña entonación que te dedicas a tí misma (sí, creando una especie de lengua tonal nueva), o bien dedicarte a maldecir el mundo y y cualquier tontería que te pase con palabrotas tan llenas de contenido como:
¡¡¡Me cago en la mierda puta que parió la virgen madre y en su puñetero/jodido coño!!! (Sí, es verdad que no significa apenas algo y no denota mucha inteligencia, por eso me gusta).
Acabar tirada y revolcándote en el suelo, sintiéndote en comunión con él, como si realmente fuese ese el ecosistema al que perteneces: el de la horizontalidad de lo más rastrero.
Cantar, si te queda aliento, a voz en grito, como Carmen para Bizet, como Mercury en Bohemian Rhapsody, como Aretha Franklin dirigiendo una saturnal del gospel.
Ponerte a escuchar canciones nuevas cuyo origen desconoces, y que de seguro son una horterada privativa, no audible con dignidad si hay alguien en tu casa, como flamenco, copla, rock indie de andar por casa, canciones de los 40 principales de la década de los 90, del Dúo Dinámico, etc, etc.
Hacer fotos de lo más Kitsch, basándote en objetos que no deberían conjugarse entre ellos, o que no merecen, ni merecerán jamás, la atención de una persona en sus cabales.
Comer a deshoras, en cualquier sitio, en el suelo tras o previamente al revolcón, en la cama, en la ducha (si es fruta o algo poco incómodo), con cubiertos o sin ellos, lo que te apetezca, pasta con complementos grasosos, o café con una ensalada, o lo primero que extraigas del mueble, haciendo una mezcla de inmundicias incomestibles, pero luego comértelas orgullosa de tu indiferencia para con tu mal hacer en la cocina (Y por cierto sentarte en la encimera de la cocina mientras preparas ese algo).
Leer La Voluntad de Azorín como si fuese tu guión en tu peregrina agrupación de teatro, creérte el cambio de sexo, tu pluralización dada los cambios de personaje, las ideas fascistas, las anárquicas, las perversas, las fracasadas...hacer que parezca normal usar un vocabulario tan solemne y atildado, lleno de florituras y sonoridades envidiables.
Correr arriba y abajo por el largo pasillo de tu interminable casa salmantina, y al llegar al salón, pegar un brinco en el sofá para cobrar el impulso para ejecutar el giro que te hará volver a dar el mismo paseo.
Y todo, sin ropa. ¿Por qué será que se tiene menos frío desnuda que con ropa semiabrigada?
Dejar los platos sucios en el fregadero sabiendo que no tienes que lavarlos hasta que se te antoje mojarte las manos con agua caliente durante un buen rato, mientras vas diciendo rimas que te inventas sobre la marcha, sobre cualquier estúpido tema, como:
Quiero escribir una elegía a las ollas,
por retarme cada día, a la misma hora.
Las lacras negruzcas de su vejez/piel quemada,
calmando profusas y turgentes llamaradas.
Ahumando fieramente mis buenas intenciones,
silbando su agonía, a saber, tal vez canciones.
Hacemos tocamientos en secreto en la cocina,
los lunes y martes nos reunimos por rutina.
Poco a poco me van enseñando cuál es su placer,
pobrecillas, desconocen que es por mí su haber.
pero, con tanto ahínco que terminas por ponerle música, la vuelves canción, la cambias de idioma y entonces terminas hablando de algo completamente diferente.
Hablar con tus amigos de todo lo más inapropiado y obsceno del mundo, maltirada en el sofá, haciéndote dueña de TODOS los sonidos de la casa, porque vomitas risotadas y utilizas términos filosóficos que no vienen al caso, apoyándose en otros de valor puramente preciosista, ya se sabe, terminar diciendo cosas como:
¡No egiptices mis noúmenos o será la última vez que me permita hablarte de mis refulgentes idiosincrasias!
Decir palabras amalgamadas sin sentido concreto, sólo con uno connotativo dado por la extraña entonación que te dedicas a tí misma (sí, creando una especie de lengua tonal nueva), o bien dedicarte a maldecir el mundo y y cualquier tontería que te pase con palabrotas tan llenas de contenido como:
¡¡¡Me cago en la mierda puta que parió la virgen madre y en su puñetero/jodido coño!!! (Sí, es verdad que no significa apenas algo y no denota mucha inteligencia, por eso me gusta).
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