martes, 25 de enero de 2011
¡Abraxas, galla, galla, tse, tse!
LAS MOSCAS, Jean-Paul SARTRE // Edición de Losada, 2005. ISBN: 950-03-0649-2.
(Extractos con lo mejor y esencias: Aviso. Esta entrada no pretende ser un alegato de los robos de derechos de autor, sino que, más bien, pretende conmover el ánimo, hasta el punto de instar a la lectura de la obra original en su totalidad, que, ya anticipo, se lee en una tarde de domingo -no más, no se permiten excusas-, que realmente se merece).
ACTO I. ESCENA I.
Pg. 21:
La vieja: Ah, me arrepiento, señor, si supiérais cómo me arrepiento, y mi hija también se arrepiente, y mi yerno sacrifica una vaca todos los años, y a mi nieto, que anda por los siete años, lo hemos educado en el arrepentimiento; es juicioso como una imagen, todo rubio y penetrado por el sentimiento de su pecado original.
Júpiter: Está bien, vieja basura, y trata de reventar en el arrepentimiento. Es tu única posibilidad de salvación (La Vieja huye).
Pg. 23: (Por estética).
Orestes: ...Paredes embadurnadas de sangre, millones de moscas, olor a carnicería, calor de horno, calles desiertas, un dios con cara de asesinado, larvas aterradas que se golpean el pecho en el fondo de las casas, y esos gritos, esos gritos insoportables.
Pg. 24-25:
Júpiter: ...Los hombres de aquí son grandes pecadores, pero están empeñados ya en el camino de la redención. Dejadlos, joven, dejadlos, respetad su dolorosa empresa, alejaos de puntillas. No podríais compartir su arrepentimiento, pues no habéis tenido parte en su crimen, y vuestra inocencia impertinente os separa de ellos como un foso profundo. Marchaos, si los amáis un poco. Marchaos, porque vais a perderlos; por poco que los detengáis en el camino, que los apartéis, aunque sea un instante, de sus remordimientos, todas sus faltas se cuajarán en ellos como grasa fría. Tienen la conciencia intranquila, tienen miedo, y del miedo y la conciencia intranquila emana una fragancia deliciosa para las narices de los dioses. ¿Quisiérais despojarlos del favor divino? ¿Y qué les daríais en cambio? Digestiones tranquilas, la taciturna paz provinciana y el hastío, ¡ah! el hastío tan cotidiano de la felicidad. Buen viaje, joven, buen viaje; el orden de una ciudad y el orden de las almas son inestables; si los tocáis, provocaréis una catástrofe. Una terrible catástrofe que recaerá sobre vos. A propósito, si las moscas os molestan, éste es el medio de libraros de ellas; mirad el emjambre que zumba a vuestro alrededor, hago un movimiento con la muñeca, un ademán con el brazo y digo: Abraxas, galla, galla, tse, tse. Y ya veis; ruedan y se arrastran por el suelo como orugas.
ESCENA II.
Pg. 27:
Orestes (al Pedagogo): Deja tu filosofía. Me ha hecho demasiado daño.
El Pedagogo: ¡Daño! Entonces es perjudicar a la gente, darle libertad de espíritu. ¡Ah! ¡Cómo habéis cambiado! Antes leía en vos...
ESCENA V.
Electra: No te enternezcas, Filebo; la reina se divierte con nuestro juego nacional; el juego de las confesiones públicas. Aquí cada uno grita sus pecados a la cara de todos; y no es raro, en los días feriados, ver a algún comerciante que después de bajar la cortina metálica de su tienda, se arrastre de rodillas por las calles, frotando el pelo en el polvo y aullando que es un asesino, un adúltero o un prevaricador. Pero las gentes de Argos comienzan a hastiarse; cada uno conoce de memoria los crímenes de los otros; los de la reina en particular no divierten ya a nadie; son crímenes oficiales, crímenes de fundación, por así decrilo. Dejo que pienses en su alegría cuanto te vio, joven, nuevo, ignorante hasta de su nombre: ¡qué ocasión excepcional! Le parece que se confiesa por primera vez. ...Ya ves, Filebo; es la regla del juego. Las gentes te imploran que las condenes. Pero mucho cuidado; júzgalas sólo por las faltas que te confiesan; las otras no interesan a nadie, y te tendrían mala voluntad si los descubrieras.
ACTO II. ESCENA I.
Pg. 54:
El Pedagogo: ...Estas gentes están a punto de morirse de miedo. He aquí el efecto de la superstición.
Júpiter: ...Unas amapolas en las mejillas, buen hombre, no te impedirán ser basura, como todos éstos, a los ojos de Júpiter. Anda, apestas y no lo sabes. En cambio ellos tienen las narices llenas de sus propios olores; se conocen mejor que tú.
Un hombre: ...Soy una carroña inmunda. ¡Mirad, las moscas me cubren como cuervos! Picad, cavad, taladrar, moscas vengadoras, revolved mi carne hasta mi corazón obsceno. He pecado, he pecado cien mil veces, soy un albañal, un retrete.
ESCENA II.
Pg. 60:
Egisto: ...Los muertos jamás tienen piedad. Sus agravios son imborrables...Su alma es un mediodía tórrido, sin un soplo de viento, donde nada se mueve, nada cambia, nada vive; un gran sol descarnado, un sol inmóvil la consume eternamente. Los muertos ya no son -¿comprendéis esta palabra implacable?-, ya no son, y por eso se han erigido en guardianes incorruptibles de vuestros crímenes...Os quema esa mirada invisible y pura, más inalterable que el recuerdo de una mirada.
Los hombres: Perdonad que vivamos mientras vosotros estais muertos...Eternamente llevamos luto por vosotros y lloramos del alba a la noche y de la noche al alba. Es inútil, vuestro recuerdo se deshilacha y se nos desliza entre los dedos; cada día palidece un poco más y somos un poco más culpables. Nos abandonáis, nos abandonáis, os escurrís de nosotros como una hemorragia. Sin embargo, por si ello pudiera aplacar vuestras almas irritadas, sabed, oh caros desaparecidos, que nos habéis arruinado la vida.
ESCENA IV.
Pg. 78:
Orestes: Zeus, ¿en verdad el hijo de un rey, expulsado de su ciudad natal, habrá de resignarse santamente al exilio y a largarse con la cabeza gacha, como un cordero? ¿Es ésa tu voluntad? No puedo creerlo. Y sin embargo..., sin embargo has prohibido el derramamiento de sangre...si la resignación y la abyecta humildad son las leyes que me impones, manifiéstame tu voluntad mediante alguna señal, porque ya no veo nada claro (La luz forma una aureola alrededor de la piedra). Entonces...eso es el Bien. Agachar el lomo. Bien agachado. Decir siempre "Perdón" y "Gracias"...¿es eso? El Bien. El Bien ajeno...Hay otro camino...Te digo que hay otro camino..., mi camino...¿No lo ves? Parte de aquí y baja hacia la ciudad. Es preciso bajar, ¿comprendes?, bajar hasta vosotros, estáis en el fondo de un agujero, bien en el fondo...Tú eres mi hermana, Electra, y esta ciudad es mi ciudad...Soy demasiado ligero. Tengo que lastrarme con un crimen bien pesado que me haga ir a pique hasta el fondo de Argos...Escucha: supón que asumo todos los crímenes de todas esas gentes que tiemblan en cuartos oscuros, rodeados por sus queridos difuntos. Supón que quiero merecer el nombre de "ladrón de remordimientos" y que instalo en mí toda su contricción...Dime, ese día, cuando esté atormentado por remordimientos más numerosos que las moscas de Argos, por todos los remordimientos de la ciudad, ¿no habré adquirido derecho de ciudadanía entre vosotros? ¿No estaré en mi casa, entre vuestras murallas ensangrentadas como el carnicero de delantal rojo están en su casa en la tienda, entre los bueyes sangrientos que acaba de degollar?
Electra: ¿Quieres expiar por nosotros?
Orestes: ¿Expiar? He dicho que instalaré en mí vuestros arrepentimientos, pero no he dicho lo que haré con esos pajarracos vocingleros; quizá les tuerza el pescuezo.
Electra: ¿Y cómo podrías cargar con nuestros males?
Orestes: No pedís otra cosa que deshaceros de ellos. Sólo el rey y la reina los mantienen a la fuerza en vuestros corazones...Los dioses son testigos de que yo no quería derramar sangre.
CUADRO II. ESCENA III.
Pg. 90:
Egisto: Lo sé, mujer, lo sé: vas a hablarme de tus remordimientos. Bueno, te los envidio, te amueblan la vida. Yo no los tengo, pero nadie en Argos es tan triste como yo.
ESCENA IV.
Pg. 91:
Egisto: ¿Es éste, Júpiter, el rey que necesitabas para Argos? Voy, vengo, sé gritar con voz fuerte, paseo por todas partes mi alta y terrible apariencia, y los que me ven se sienten culpables hasta la médula. Pero soy una cáscara vacía: un animal me ha comido el interior sin que yo me diera cuenta. Ahora miro en mí mismo y veo que estoy más muerto que Agamenón. ¿Dije que estaba triste? Mentí. El desierto, la nada innumerable de las arenas bajo la nada lúcida del cielo no es triste ni alegre: es siniestra. ¡Ah, daría mi reino por derramar una lágrima!
ESCENA V.
Pg. 96:
Júpiter: ...El primer crimen lo cometí yo creando mortales a los hombres. Después de esto, ¿qué podíais hacer vosotros los asesinos? ¿Dar la muerte a vuestras víctimas? Vamos; ya la llevaban en sí; a lo sumo apresurabais su florecimiento.
Pg. 98:
Júpiter (a Egisto, sobre el supuesto secreto que comparten): ...El secreto doloroso de los dioses y de los reyes; que los hombres son libres. Son libres, Egisto. Tú lo sabes, y ellos no.
Egisto: Diablos, si lo supieran pegarían fuego a las cuatro esquinas de mi palacio. Hace quince años que represento una comedia para ocultarles su poder...Todos mis actos y palabras tienden a componer mi imagen...Pero soy yo mi primera víctima; yo no me veo como me ven, me inclino sobre el pozo abierto de sus almas y mi imagen está allí, en el fono; me repugna y me fascina...¿quién soy yo sino el miedo que los demás tienen en mí?
Júpiter: ...Es precioso que me miren; mientras tienen los ojos clavados en mí, olvidan mirar en sí mismos. Si me olvidaran un solo instante, si los dejara apartar la mirada...
Egisto: Pero, ¿quién nos ha condenado?
Júpiter: Nadie más que nosotros mismos.
Egisto: [por] El orden. Es cierto. Por el orden seduje a Clitemestra, por el orden maté a mi rey; quería que el orden reinara y que reinara por mi intermedio. He vivido sin deseo, sin amor, sin esperanza; implanté el orden. ¡Oh, terrible y divina pasión!
Pg. 99:
Egisto (acerca de Orestes): Sabe que es libre, entonces no basta cargarlo de cadenas. Un hombre libre en una ciudad es como una oveja sarnosa en un rebaño. Contaminará todo mi reino y arruinará mi obra. Dios todopoderoso, ¿qué esperas para fulminarlo?
Júpiter: Una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre, los dioses no pueden más contra ese hombre. Pues es un asunto de hombres, y a los otros hombres -sólo a ellos- les corresponde dejarlo correr o estrangularlo.
ESCENA VI.
Pg. 101:
Orestes: ¿Qué me importa Júpiter? La justicia es un asunto de hombres y no necesito que un dios me la enseñe. Es justo aplastarle, pillo inmundo (Egisto), y arruinar tu imperio sobre las gentes de Argos; es justo restituirles el sentimiento de su dignidad.
Egisto (antes de morir): Ten cuidado con las moscas, Orestes, ten cuidado con las moscas. No ha terminado todo.
Pg. 103: (*La hibris y el ate. ¿Son, entonces, reflejos de nuestra libertad, y por eso castigado por los antiguos dioses griegos, para someternos bajo su inmortal orden?)
Electra: Ella (Clitemestra) ya no puede perjudicarnos...
Orestes: ¿Y qué?...No te reconozco. No hablabas así hace un momento.
Electra: Orestes..., yo tampoco te reconozco.
Orestes: Está bien, iré solo.
ESCENA VIII.
Pg. 107:
Orestes: Soy libre, Electra; la libertad ha caído sobre mí como el rayo.
Electra: ¿Libre? Yo no me siento libre. ¿Puedes hacer que todo esto no haya sido? Ha sucedido algo que ya no somos libres de deshacer. ¿Puedes impedir que seamos para siempre los asesinos de nuestra madre?
ACTO III. ESCENA II.
Pg. 120: (Véanse analogías con la actitud del mismo en las versiones de Eurípides y Esquilo).
Orestes: No soy culpable, y no podrías hacerme expiar lo que no reconozco como crimen (a Júpiter).
Pg. 122:
Júpiter (a Electra): Dentro de un cuarto de hora puedes estar fuera de aquí (del Templo de Apolo, donde se refugian de la ira del pueblo, que los rodea)...No te pido nada, hija mía...O casi nada. Algo que puedes darme con toda facilidad: un poco de arrepentimiento.
Orestes: Ten cuidado, Electra; esa nada pesará sobre tu alma como una montaña.
*(Por eso el Pedagogo desconfiaba de Júpiter, por su filosofía y excepticismo. Hay que analizar las analogías con el Cristianismo, este Júpiter no es otro que el Dios de los judíos).
Pg. 124:
Orestes: ¡Electra! ¡Electra! Ahora eres culpable. Lo que quisiste, ¿quién puede saberlo sino tú? ¿Dejarás que otro lo decida? ¿Por qué deformar un pasado que ya no puede defenderse? ¿Por qué renegar de esa Electra irritada que fuiste, de esa joven diosa del odio, que tanto he amado? ¿Y no ves que este dios cruel se burla de ti?
Pg. 126:
Orestes: El más cobarde de los asesinos es el que tiene remordimientos.
Júpiter: ...No estás en tu casa, intruso; estás en el mundo como la astilla en la carne, como el cazador furtivo en el bosque señorial, pues el mundo es bueno; lo he creado según mi voluntad, y yo soy el Bien. Pero tú, tú has hecho el mal, y las cosas te acusan con sus voces petrificadas; el Bien está en todas partes, es la médula del saúco, la frescura de la fueten, el grano de sílex, la pesadez de la piedra; lo encontrarás hasta en la naturaleza del fuego y de la luz; tu cuerpo mismo te traiciona, pues se acomoda a mis prescripciones. El Bien está en ti, fuera de ti: te penetra como una hoz, te aplasta como una montaña, te lleva y te arrastra como un mar; él es el que permite el éxito de tu mala empresa, pues fue la claridad de las antorchas, la dureza de tu espada, la fuerza de tu brazo. Y ese Mal del que estás tan orgulloso, cuyo autor te consideras, ¿qué es sino un reflejo del ser, una senda extraviada, una imagen engañosa cuya misma existencia está sostenida por el Bien? Reconcéntrate, Orestes; el universo te prueba que estás equivocado, y eres un gusanito en el universo. Vuelve a la naturaleza, hijo desnaturalizado: mira tu falta, aborrécela, arráncatela como un diente cariado y maloliente. O teme que el mar se retire delante de ti, que las fuentes se sequen en tu camino, que las piedras y las rocas rueden fuera de tu senda y que la tierra se desmorone bajo tus pasos.
Orestes: ...Eres el rey de los dioses, Júpiter, el rey de las piedras y de las estrellas, el rey de las olas del mar. Pero no eres el rey de los hombres.
Júpiter:.... Entonces, ¿quién te ha creado?
ORESTES.— Tú. Pero no debías haberme creado libre.
JÚPITER.— Te he dado la libertad para que me sirvas.
ORESTES.— Es posible, pero se ha vuelto contra ti y nada podemos ninguno de los dos... Todavía ayer eras un velo sobre mis ojos, un tapón de cera en mis oídos; ayer tenía yo una excusa: eras mi excusa de existir porque me habías puesto en el mundo para servir tus designios, y el mundo era una vieja alcahueta que me hablaba sin cesar de ti. Y luego me abandonaste....[tu Bien es] Para incitarme a la lenidad, el día ardiente se suavizaba como se vela una mirada; para predicarme el olvido de las ofensas, el cielo se había hecho suave como el perdón. Mi juventud, obediente a tus órdenes, se había levantado, permanecía frente a mis ojos, suplicante como una novia a punto de ser abandonada: veía mi juventud por última vez. Pero de pronto la libertad cayó sobre mí y me traspasó, la naturaleza saltó hacia atrás, y ya no tuve edad y me sentí completamente solo, en medio de tu mundito benigno, como quien ha perdido su sombra: y ya no hubo nada en el cielo, ni bien, ni mal, ni nadie que me diera órdenes.
Júpiter: ...has formado parte de mi rebaño, pacías la hierba de mis campos en medio de mis ovejas. Tu libertad sólo es una sarna que te pica, sólo es un exilio...Vuelve; soy el olvido, el reposo.
ORESTES.— Extraño a mí mismo, lo sé. Fuera de la naturaleza, contra la naturaleza, sin excusa, sin otro recurso que en mí. Pero no volveré bajo tu ley; estoy condenado a no tener otra ley que la mía. No volveré a tu naturaleza; en ella hay mil caminos que conducen a ti, pero sólo puedo seguir mi camino. Porque soy un hombre, Júpiter, y cada hombre debe inventar su camino. La naturaleza tiene horror al hombre, y tú, tú, soberano de los dioses, también tienes horror a los hombres.
JÚPITER.— No mientes: cuando se parecen a ti los odio.
Orestes:...acabas de confesar tu debilidad. Yo no te odio...Tú eres un dios y yo soy libre; estamos igualmente solos y nuestra angustia es semejante...El remordimiento, el sueño. Pero ya no puedo tener remordimientos. Ni dormir.
Pg. 131:
Júpiter (sobre la voluntad de abrirle los ojos al pueblo de Orestes): ...les mostrarás de improviso su existencia, su obscena e insulsa existencia, que han recibido para nada.
Orestes: ¿Por qué había de rehusarles la desesperación que hay en mí, si es su destino?
Júpiter: ¿Qué harán de ella?
Orestes: Lo que quieran; son libres y la vida humana empieza del otro lado de la desesperación.
ESCENA III
Orestes (a Electra): ...Me darás la mano e iremos...hacia nosotros mismos...Habrá que buscarlos pacientemente.
Electra: ...Sólo me ofreces la desdicha y el hastío (y se va con Júpiter).
ESCENA IV.
Pg. 135:
Orestes: Estoy completamente solo.
Primera Erinia: te quedo yo; ya verás qué juegos inventaré para distraerte. Valor, hermanas mías, cede. Mirad, sus ojos se agrandan; pronto resonarán sus nervios como las cuerdas de un arpa bajo los arpegios exquisitos del terror.
ORESTES.— ¡Pobre Electra!
ESCENA VI.
Orestes:...otro asesino...llevaba guantes rojos...de sangre, y no le tuvisteis miedo porque leísteis en sus ojos que era de los vuestros y que no tenía el valor de sus actos. Un crimen que su autor no puede soportar ya no es el crimen de nadie, ¿verdad? Es casi un accidente...mi crimen es muy mío; lo reivindico...es mi razón de vivir y mi orgullo, no podéis castigarme ni compadecerme, y por eso me tenéis miedo. Y sin embargo, os amo, y por vosotros he matado...Ahora soy de los vuestros,...estamos ligados por la sangre,...Vuestras faltas y remordimientos, vuestras angustias nocturas, todo es mío, lo cargo todo sobre mí. No temáis a vuestros muertos; son mis muertos. Y mirad: vuestras fieles moscas os han abandonado por mí. Pero no temáis, no me sentaré en el trono de mi víctima; un dios me lo ha ofrecido y he dicho que no. Quiero ser un rey sin tierra y sin súdbitos. Adiós, mis hombres, intentad vivir; todo es nuevo aquí, todo está por empezar. Una vida extraña...Scytos se infestó de ratas...(el flautista) empezó a tocar la flauta y todas las ratas fueron a apretarse a su alrededor...Y el flautista con las ratas desapareció para siempre. Así. (Sale; las Erinias lo siguen aullando).
TELÓN.
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