viernes, 28 de enero de 2011

CON LA MIEL EN LOS LABIOS, de Esther TUSQUETS,

1997, Editorial Anagrama - ISBN: 84-339-1065-5

Pg. 124:

Y quiere saber Andrea, siempre propensa a hacer varias cosas a un tiempo, a sostener conversaciones cruzadas y a formular tres o más preguntas dispares a la vez...

Pg. 120:

...y se ha enfrentado...a la lectura sistemática de una larga lista de títulos, casi todos de ensayo, que los asistentes a la tertulia consideran imprescindibles (por desgracia, que no por azar, ha comenzado con La rama dorada y La educación sentimental, y no le ha tocado todavía su turno a Marx), siempre con la secreta sospecha de que, aun siéndole muy útil, casi imprescindible, la lectura de esos libros, no es éses, sin embargo, para ella el mejor camino de acceso al conocimiento, de que ha aprendido más acerca de la humana condición en un relato, una obra de teatro, un poema, que en un largo encadenamiento de conceptos abstractos y a veces enojosos: mejor el Extranjero o Calígula que El ser y la nada.

Pg. 41-41:


Tomaba Inés primero un café solo, pues eran sus despertares lentos y, caso de no tomarlo, corría el riesgo de andar por el mundo y contestar incluso a lo que se le decía con el corazón dormido, y luego un café con leche y un cruasán. Y pedía Andrea un suizo, la nata aparte en un platito, para poder ir introduciéndola en el chocolate al ritmo de su capricho, sin que se desbordara el líquido fuera de la taza, y unos bizcochos. Y lo saboreaba despacio (Inés había concluido el desayuno, cigarrillo incluido, en tres minutos, como si se tratara de un mero trámite para ingresar en el nuevo día), con fruición y delectación precaminosas, al igual que los niños chicos (¿cómo no iba a ser el chocolate con nata y bizcochos un placer reservado a los críos y a los dioses, si constituía para ella una simple Coca-Cola -curiosamente Andrea no bebía entonces alcohol- un elixir de amor?), y a Inés, ya para quel entonces bien despierta y que acababa de encender un segundo cigarrillo, esa delectación tal vez deliberada -el modo en que sumergía su amiga golosa los bizcochos en la taza, los rescataba rezumantes de chocolate y de nata, se los metía en la boca, entrecerrados y rientes los ojos como en una comunión sacrílega -la fascinaba y la escandalizaba a un tiempo, y comentaba en broma que no había conocido a nadie tan adicto al placer, aunque se tratara de placeres supuestamente inocentes, a nadie tan dado a convertir cualquier gesto cotidiano y trivial en puro vicio.

Pg. 116-117:

...[Pilar] come un bocadillo de cualquier cosa, lo primero que se le ocurre, o que ha visto al cruzar ante la barra, o que el camarero...elige en su lugar, sin que proteste Pilar jamás, sin darse cuenta siquiera de que le sirven en ocasiones algo distinto de lo que ha pedido, y lo come a bocados rápidos, aplicados y asépticos, lo come porque está todavía en ayunas -por la mañana, al levantarse y antes de ponerse a estudiar, no admite otra cosa que un tazón de facé muy cargado y sin azúcar- y porque sabe hay que alimentarse mínimamente para subsistir, mientras bebe a sorbos distraídos una horrible naranjada sin sabor y menor placer, que le daría lo mismo estar comiendo y bebiendo cualquier otra cosa, tan poco específico es su deseo -...incivilizado-, que Andrea no puede evitar arriesgar un comentario, y le dirige ahora Pilar una mirada aviesa, pues toda observación de Andre es malvivida por ella como un agravio, como una agresión que requiere ser repelida con violencia -siempre quizás contra el mundo, pero especialmente contra ella, la guardia en alza-, y manifiesta con enojo que sí, que le da exactamente lo mismo comer una cosa que otra, es más, espera ansiosa el día en que podamos nutrirnos los humanos a base de pastillas y escapemos por fin a la humillante servidumbre de necesitar dos o tres veces al día alimentarnos, porque eso de comer le ha parecido desde seimpre una solemne porquería que debería reservarse en efecto sólo a los animales (de hecho, y lo tiene en la punta de la lengua, el modo en que Andrea saborea un dulce, muerde golosa un bombóm, paladea un batido o una horchata -sorprendentemente no prueba el alcohol-, cruza las piernas o enciende y fuma un cigarrillo, le parece obsceno, una exhibición de dudoso gusto, propia de las mujeres que se saben hermosas y se ofrecen sin tregua en espectáculo. ...Parece tan nefasto, tan equivocado que los actos cotidianos del cuerpo se reduzcan a meros trámites desprovistos de placer, que no se utilicen los sentidos -que no son siente, sino infinitos- como gozosa forma de contacto con el mundo que nos rodea... "Déjalo ya, Andrea, eso vale para ti, que sólo entiendes la vida como juego y como vicio".

Pg. 118:


...se calla, aunque siga dándole vueltas en su mente a lo difícil y duro que debe de resultar vivir llevándose tan mal con el propio cuerpo, confundiéndolo tal vez con la cárcel del alma, cuando es por el contrario con frecuencia el alma, lo que entendemos por alma, la que aprisiona al cuerpo y lo limita, y piensa que alguien debería liberar de esa prisión a la pobre muchachita enjuta y obstianda, en absoluto fea...que no parece haber entendido nada, o, todavía peor, parece haberlo entendido casi todo al revés...el primer achuchón, el primer beso, quizás entonces bajaría Pilar la guardia, sabe Dios desde qué momento de la infancia alzada, y algo insospechado se expandiría y florecería en ella. Lo malo es que la flaca tiene de Bella Durmiente poco o nada, que los muros y rejas que la cercan son más espesos aún y más infranqueables que el más tupido y agreste de los bosques encantados, que no debió de asistir al bautizo ninguna hada madrina (tal vez ni siquiera tuvo la fortuna de que alquien les contara en la infancia cuentos de hadas, ¿y cómo va a ser posible comprender el mundo sin cuentos de hadas, sin las historias de la Biblia y de la mitología griega?), para colmo de desaciertos, está intetando seducir al hombre a quien ama exhibiendo su inteligencia, abriendo como un pavo real la variopinta cola de sus amplios conocimientos, o sacando el número uno en todas las oposiciones imaginables, y nadie va a explicarle -ella no iba a permitir a nadie que le explicara- que son los caminos de la seducción infinitos y extraños, pero que no ha elegido en esta ocasión el adecuado, y es muy psoible que no exista un camino adecuado.

Pg. 44-45:


...Con mucha frecuencia lo que nos enternece en el otro y nos induce a amarle, no son tanto sus cualidades, como sus limitaciones y sus defectos. E Inés, secretamente divertida, a punto está de inquerir: "¿Por qué defectos me amas tú a mí?", y luego: "¿Por qué defectos me quieres tú?", y, por último, las palabras ya en la punta de la lengua sometidas a un postrer tijeretazo de la prudencia y la autocensura: "¿Por qué crees que se me puede amar a mí?". Y Andrea, calmada de golpe su furia: "Tontísima, más que tontísima, porque eres Doña Perfecta, pero nadas peor que un perro y te muerdes las uñas".

Pg. 172:


[Andrea borracha y furiosa]:

...en esta mierda de mundo nadie quiere a nadie, cada uno obstinado en quererse únicamente a sí mismo, en quererse y odiarse a sí mismo, fascinado y asqueado a la par por la monótona contemplación del propio repugnante ombligo, [que a ella al menos no la ha] querido nunca de veras nadie, [que] estaría dispuesta a dar [su] caballo y [su] reino y [su] vida y hasta [su] alma inmortal, caso que la tuviera, a cambio de una brizna de amor.

Pg. 126:


"¿Cómo no iban a quererte [Pregunta Inés, sobre Andrea y sus padres] siendo la menor de los hijos y la única chica? Tú misma reconoces que está tu padre loco por tí." Y concede Andrea con desgana: "Tal vez lleves razón y sí me hayan protegido, sobreprotegido incluso en cierto modo, pero sin hacer que me sintiera yo segura, quizás sí me valoraron y me valoran, pero, sabes, no por aquellos motivos por los que me gusta y me halaga ser valorada, y claro que me han querido y que me quieren...pero no lo suficiente, o no del modo en que necesito ser querida." Y cruza por la mente de Inés, con su sobresalto, el temor a que la insatisfacción de su amiga pueda no tener remedio, a que nunca vaya a poder nadie proporcionarle lo que necesita.

Pg. 180:


...porque no es capaz...de concebir la vida sin Inés, no es capaz de resistir sin verla, sin tocarla, no ya el resto de sus días, sino ni tan siquiera las próximas horas, y siente que una ruptura entre las dos destruiría, al menos para ella, el equilibrio del universo, acallaría el canto de las esferas, y la dejaría boqueando patética, ridícula y patética, como un pez fuera del agua, privada simplemente del elemento en que respirar.

Pg. 90-91:


"Sé que esto que sentimos, esto que tenemos entre las manos -tibio y suave y frábil y tiernísimo como un cachorrillo recién nacido- es la felicidad. Antes de encontrarte a ti, no sabía en qué consistía, a pesar de que creía haberla experimentado algunas veces, y estoy convencida de que muchas personas, la mayoría, mueren sin haber tenido ni el más leve atisbo de lo que es. Pero ahora tú y yo sí lo sabemos, y no serán admisibles posteriores olvidos: la felicidad, aunque rara, aunque infrecuente, aunque difícil, existe, y poco tiene que ver con la alegría, con el placer, con un amable bienestar. O sea que nadie nos podrá engañar ya nunca con sucedáneos, y, si la perdemos, perdida quedará, y no pretenderemos haberla transformado en otra cosa -haber transformado este amor, porque amor y felicidad son aquí lo mismo, en otra cosa-, ni rescatar los restos del naufragio, porque la genuina felicidad no admite, por esencia, metamorfosis ninguna ni parciales rescates, no puede ni siquiera madurar, y, si se rompe, acuérdate de Clark Gable y no te rías, no vamos a ir recogiendo los pedazos y recomponiéndola como si se tratara del jarro de porcelana más bonito de nuestros abuelos. ¿Estás de acuerdo?"

Pg. 133:

[El padre de Andrea, con respecto a su mujer, la madre de Andrea]: ...poder correr entusiasmado y ansioso al encuentro de la bronca descomunal que sabe le espera en el dormitorio, como se precipita el adicto al encuentro de la droga o el ludópata hacia la ruleta, porque ya reconoció Freud, piensa Andrea, que es la vida de los humanos -con sus componentes ineludibles de envejecimiento y de muerte- demasiado dura par afrontarla a pecho descubierto, sin algún tipo de droga que nos enajene o nos adormezca, y nos la haga soportable. Y la droga que utilizan sus padres -esas trifulcas y reconciliaciones sucesivas, que se muerden la cola, en busca acaso de una intensidad de emociones y de sentimientos a la que no podrían acceder de un modo menos artificioso y violento, imprescindibles esas disputas salvajes para conseguir la más alta cota de placer- no es seguramente mejor ni peor que otra cualquiera.

Pg. 82-85:


...No consigue entender esas impaciencias mortales, ese pavor irracional que la asalta a veces, de hecho, casi siempre, cuando llevan un rato separadas, ese modo brutal de echarla de menos, ese sentimiento de pérdida, que la invade a los cinco minutos de dejarla y que la obliga a agarrarse al primer teléfono que encuentra en su camino como única tabla de salvación en el proceloso océano de la ausencia, y esa desmesura del amor de Andrea que establece el exceso como norma y pone el mundo patas arriba por una chiquillada...De modo que Andrea, la descontrolada, controla lo mejor que puede sus impaciencias y temores -dejar de sentirlos, como quisiera Inés, le es inalcanzable-, mientras va siguiendo el lento sucederse de los segundo, y abandona el hotel lo más tarde que se lo permite su ansiedad, y se encamina luego a pie hacia el archivo, eligiendo de forma deliberada el trayecto más largo...

Pg. 135:

"¿Por qué no son las ganas motivo suficiente para hacer algo que promete darnos placer y que no va a perjudicar a nadie? A mí me parecen las ganas, entre todas las demás, la razón más válida y concluyente".

Pg. 156:


...en este mundo ya tan restrictivo no hay que prohibir ni proscribir casi nada, tal vez ni siquiera los toros.



Picavia.


Hubiese querido, pero mi moralidad no me lo permitió, desvelar el implacable final [Véase el EPÍLOGO completo, pues hace reflexionar sobre España y occidente en general] y la sutil pero inquisitiva pregunta (a través de la boca de Inés) que nos hace la autora.

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