Balada del tiempo perdido
"Yo dormía pero mi corazón velaba..."
Cantares
Como a sus vanas hojas
el tiempo me perdía.
Clavada a la madera de otro sueño
volaban sobre mí noches y días.
Poblándome de una
nostalgia distraída,
la tierra, el mar, me entraban en los ojos
y por ociosas lágrimas salían.
Cuántos papeles ciegos
en la tarde vacía.
Qué multitud de imágenes miradas
como a través de una mortal llovizna.
Entorpecidas sombras
en vez de manos mías,
de tanto enajenarse en los espejos,
todo lo que tocaba se moría.
Memorias y esperanzas
callaban su agonía:
un porfiado presente demoraba
siempre las mismas ramas amarillas.
Qué tiempo sin sentido
el que mi amor perdía.
Qué lamentable primavera inútil
haciendo en vano flores que se olvidan.
Pero mi corazón
velaba y no sabía.
Recuperada su pasión secreta
ahora enamorado resucita.
Y el tiempo que hoy me guarda
entre sus hojas vivas
es un tiempo feliz desde hace tantos
sueños que nacerán en la vigilia.
***
Canción
Alma sin el amor, ave dejada
en los terrenos de la maravilla:
cuando no haya más hojas
y se acaben los días
yo seguiré buscando
tu luz recién nacida
-alma sobre rebaños levantada-
para hacer las mañanas de mi vida.
El enlutado mundo que habitaba
ahora es el cielo que la frente pisa.
(Si se apagaran todas
las uvas de la viña
o se muriera el pan
en las espigas,
este incendio frutal de mi esperanza
en otra tierra se levantaría.)
Tu mano era mi mano desde siempre,
tu voz mi voz, y yo no lo sabía.
Anduve con tu sombra
al lado de la mía
por mortales caminos
y celestes orillas.
Eras un sueño en busca de mi frente
para nacer, y yo no lo sabía.
Ya mis ojos usaron la belleza
y fueron en sedienta cacería
-con su lastimadura
de límites y aristas-
al pámpano desnudo
y a la rosa vestida,
buscándote desde los miradores
con el Amor-Que-Todo-Lo-Imagina.
Cuando tú fuiste la increíble imagen
yo era la sed y el vaso y la bebida.
Las puertas y los frascos,
cubiertos de ceniza,
guardaban el perfume
de la melancolía,
mientras los palomares te esperaban
con el Amor-Que-Nada-Te-Imagina.
Aunque la providencia me negara
el alimento para la alegría,
aunque me entristecieras
la intemperie divina
con pájaros callados
y sombras pensativas,
aunque olvidaras, aunque no existieras,
mi corazón igual te cantaría.
***
Entonces
Cuando yo no te amaba todavía
-oh verdad del amor, quien lo creyera-
para mi sed no había
ninguna preferencia verdadera.
Ya no recuerdo el tiempo de la espera
con esa niebla en la memoria mía:
¿El mundo cómo era
cuando yo no te amaba todavía?
Total belleza que el amor inventa
ahora que es tan pura
su navidad, para que yo la sienta.
Y sé que no era cierta la dulzura,
que nunca amanecía
cuando yo no te amaba todavía.
***
Esencia
Nunca nombrarla, nunca.
Ni callarla siquiera.
Solamente crecer de sus raíces
con asombrado llanto.
Ser y morir tan solo
para justificarla
como naturaleza
y sumisa costumbre.
Madurará con pausa
y exactitud de necesaria estrella
y solo incertidumbres
me probarán su órbita,
su doloroso amor, su cumplimiento.
Será un desgarramiento
elemental, constante.
Desesperada espera
-lo sé- desesperada.
Y sin embargo, nada
persistirá más cierto
que su sabiduría,
que sus sencillas fiestas.
Como el rosal seguro de la rosa.
Y yo seré la sombra
de su florecimiento,
yo viviré acatando
su voz y su silencio,
en indefensa tierra,
irrenunciablemente.
***
Balada de la alondra persuasiva
En otra madrugada,
por vientos de ceniza,
obedecí al latido de la alondra.
El cielo no era cielo todavía.
La zona del hornero,
el tiempo de la encina
se inquietaban en lento aprendizaje
y el cielo no era cielo todavía.
Hubo un encantamiento
de flor y hierba fina,
un cauteloso antaño de rocío,
y el cielo no era cielo todavía.
Septiembre constelado
de dos campanas frías
rodaba por lugares de silencio
y el cielo no era cielo todavía.
En clima de obediencia
mi pulso recorría
todo un advenimiento de corolas
y el cielo no era cielo todavía.
No regresó conmigo
la alondra persuasiva
porque me desterró de su latido
cuando el cielo fue luz de mediodía.
***
Paisaje de elegía
No escuches mi dolor, tú que me heriste.
No te reclama ya ningún acento.
Sólo en mi corazón la sangre es triste.
( ¡Oh lentas calles del otoño lento! )
No te requiero un sólo mandamiento.
-Tú que me niegas, tú que no me diste-.
No sientas esta muerte que yo siento.
( ¡Oh tristes voces del otoño triste!)
Que sólo a mis entrañas se refiera
este clamor, este importante frío.
Quiero que no te alcance este lamento.
Pero si alguna vez te desespera
un gran silencio, es el silencio mío.
(¡Oh lentas sombras del otoño lento! )
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