domingo, 23 de enero de 2011


L'enfant sauvage, Truffaut.


Cada vez estoy más segura de que la felicidad la produce un capuccino -o un pimiento, un zumo de naranja, una fresa, o un vaso de agua mineral- y el asiento de una cafetería con mesitas en una calle de París, escuchando música pasada de moda en un hilo apaciblemente perceptible pero que permita la conversación con un poeta amado, o con la propia contribución en la libreta, o la discusión apasionada sobre filosofía y existencialismo con viejos y nuevos amigos, abrasada -en contraste con el frío del ocaso- por el sol de la tarde de primavera. Y nada más. Ninguna expectativa mayor.

[Blasfemia], no conozco París. Será eso lo que falla.

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