Ante los sonados acontecimientos en el país del culto al Nilo, como fino hilo de separación entre la vida y la muerte, entre el movimiento y lo estático, la tierra fértil y el suelo seco, arenoso...El efluvio de información ha sido, sin lugar a dudas, la corriente de cohesión y, tal como se ha dicho, madurez política, en cuanto a las espectativas y los medios. Una población más alfabeteizada, con nociones de sociología y acceso al gran río de ideas que puede suponer internet, los constituyentes básicos del torrente impulsor. La historia vuelve a reescribirse con el nombre de Egipto en los titulares.
No era mucho pedir. Apenas una vida tranquila, con garantías. Egipto no es un país irremediablemente pobre, ¿alguna vez lo fue? Hubiese sido lógico construir sobre esto, como ya se hizo en la antigüedad, una gran nación -que lo es- para el gran pueblo que ha demostrado ser el que gobierna, porque, ahora sí, se demuestra que gobernará. No el miedo, por favor. No la corrupción. Una voz, un derecho, de quienes saben qué necesitan por su propia experiencia, la real, no de esa que cabalga sobre un idilio de 70, 000 millones. La ribera negra, la de la vida. De repente, explota, brota vida como si no hubiese habido antes, y como si no fuese a haber después, para forzar la paradoja de que lo único posible sea la asfixia, y la muerte. Las peticiones son universales, proletarias, humanas, y los formulantes, eso sí, son muy conscientes de ello, o eso parece. ¿Idealismo? ¿Y cuándo no lo hubo? Acaso la evolución es una partitura manchada con golpes de sueños comunes y esperanzas. Así queda resumido todo con un nombre y un apellido: Hosini Mubarak, o casi todo, pues el mayor protagonismo no lo puede poseer el que adquiere el rol de opresor, sino del héroe. Egipto, que hasta hace unos días fue una república semipresidencialista -con su Ley de Emergencia- se retorcía de dolor por la gangrena policial, empresarial y gubernamental que le infectaba. Porque un detestable dictador vestido de injusticia, de caprichos y de autonomía total, que no precisamente podía señalarse individualmente -Mubarak tal vez era sólo una encarnación de una ponzoña muy extendida por toda África-, gozaba de una aquiescencia aletargada, durante tres pesarosas -así nos lo hacen ver los manifestantes- décadas.
El 25 de enero, "Día de la ira", se dan las primeras manifestaciones contra el régimen de Mubarak, que se encarga de realizar detenciones y represión -que deja tres muertos), también contra los medios de comunicación, llegando a bloquear Twitter y los mass media -"la revolución de la juventud", así llamada por su protagonismo, supo burlar las medidas del gobierno para poder ponerse en contacto. Tres días después mueren 70 personas más -la cifra y los saqueos irán ascendiendo con los días- e internet queda completamente bloqueado. Al día siguiente se renueva el gobierno, cosa que no contenta a los protestantes, ni al ejército, que se niega a colaborar con Mubarak. El 1 de febrero la petición es clara: Mubarak ha de dimitir. Él se niega a retirarse, aunque asegura que no se presentará a las próximas elecciones. La "batalla" ahora se libra entre hermanos, civiles que defienden la figura del régimen contra los que piden el cambio. Mubarak es amonestado por EEUU, pero, senilmente, se niega a abandonar su puesto pero conoce ciertos atisbos de preocupación por la situación económica. Finalmente su gobierno se retira, acordando la reforma de la Constitución. Se procura normalizar la situación -los Hermanos Musulmanes y el Ejército negocian- y Mubarak establece un toque de queda más flexible y un nuevo gobierno. Pero las protestas no cesan y Suleimán amenaza con dar un golpe de estado -ya antes Baradei, premio nobel de la paz se había ofrecido para liderar la transición-, por lo que recibe de Mubarak algunos poderes. La verdad sigue en la calle, muertes a manos de anónimos -si ha hablado de policías disfrazados de paisano, de mercenarios, a los que los tanques del ejército tuvieron que amenazar con su presencia, sin llegar a imponerse. La resistencia tiene lugar en la plaza, y la cifra de muertos asciende casi a 300, en el caso de los heridos, hay unos 3000. El 11 de Febrero -18 días después del día de la ira- el presidente Hosni Mubarak, abandona el poder, dejándolo al Ejército, que disuelven las figuras gubernamentales, para levantar el estado de excepción. El mariscal Tantaui asume todo el poder y se promete un referendo y una reforma constitucional en dos meses, mientras que habrá que esperar seis meses para designar a un líder. Se celebra "la Marcha de la victoria".
La revolución no ha hecho más que empezar. Todo el norte de África hoy admira a Egipto, quiere ser como Egipto. Acaso la esperanza sean mayores que las posibilidades en muchos países, incluso Egipto cuelga de las buenas o malas intenciones del Ejército. Pero nos han hecho partícipes de un acto de voluntad y democracia como las que no se veían desde hace años. Tal vez se puede soñar con un norte islámico unido y democrático, al estilo estadounidense, quién sabe, pero aún las espectativas no son más que esbozos y ensoñaciones, desgraciadamente. Y con todo eso, la Democracia a veces tampoco es la solución. La democracia hoy en día es un icono, que los países con regímenes más subordinados acogen como si de un icono de libertad se tratase. Y la libertad, acaso sea imposible establecerla a gusto de todos.
1 comentario:
Es como si aquellos que fueron ignorados durante mucho tiempo decidieran rebelarse y tomar el poder pero no desde las armas sino desde la unión de fuerzas políticas, me recuerda a lo que hoy esta pasando en sudamerica, donde se esta conformando la UNASUR con aquellos países a los que nos llamaban sudacas...
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